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Taller Acuarela Bremen-Wistuba

Profesor Titular de Acuarela Avanzada en el Instituto Cultural de Las Condes. Gestor y profesor del Taller Bremen-Wistuba, que funciona en Ñuñoa (2010 a 2021) unos veinte alumnos de reconocido talento, sus acuarelas han sido exhibidas y galardonadas en frecuentes instancias. 

El taller ha seguido funcionando durante la pandemia durante 2020 y 2021 de forma online. Y los característicos comentarios que se vivían al final de las clases han continuado de forma virtual.

Pueden verse algunos a continuación.

Comento Cuadros del 18 octubre 2022
Fruta de la Estación
Fruta de la estacion.jpg

El editor le dice al pintor con ceño severo "este año por restricción presupuestaria la
portada tendrá que hacerla con lo que hay en la bodega de la imprenta, papel satinado
blanco, un concho de pintura amarilla y otro menor de color granate o guinda seca, un
poco de pasta de creta zincada y unos papelillos de polvo de hollín, póngase a trabajar
con eso"; No le hagas caso al profesor de Artes Plásticas que te dice "termine el cuadro
si quiere pasar de curso, métale color, matice", es un viejo anticuado que no comprende
el modernismo aséptico y descarnado que se viene. El cuadro fue a parar a un hospital
de avanzada como único adorno de una cámara frigorífica esmaltada blanca incluso el
piso, provista de un bacinicón de fierro enlozado albo con tapa que además sirva de
asiento, un jarro grande de vidrio con agua destilada sin górgoros para que el paciente,
un glotón empedernido que debía bajar de peso, no se deshidrate. El cuadrito con
paspartú generoso de papel satinado, sin marco para que se hermane con el muro, de
modo que el paciente no tenga estímulo alguno de cosa comestible y sabrosa, que
reniegue del placer que podría tener darle un mordisco casi labial a una pera de leve
cáscara  verdeamarilla con rubores rosados y pecas tostadas para disfrutar de su carne
tersa y aguachenta de un dulzor transparente, o un tarascón de colmillo filoso a una
ciruela de tinte rojinegro con apenas unos visos azulosos hincando su carne firme para
extraerle el ácido cítrico lleno de vitaminas, mirando el cuadro el (o la)
paciente inhibirá a concho la secreción de jugos gástricos impidiendo cualquier
reminiscencia de algo apetitoso y tentador. No mndeja de recordar a esos librillos
infantiles em que con puro echarle agua a las figuras se coloreaban. Cuadro que maneja
con aplomo y destreza las simplificaciones que el pintor se propuso, en un día de
asepsias inclaudicables, pinceles pasados por el autoclave, agua filtrada y refiltrada,
abstractos pensamientos minerales y luz eléctrica de tubo fluorescente rondando el seso
ajenos a toda glándula del cuerpo segregadora de untos perturbadores, pincel preciso
para meterle sombra a las perillas que estiran unas patas de bailarina con el gracioso par
de palitos, lo único menos comestible de esas peritas acuosas, que meten al cuadro un
colorcillo pirata que pasa piola, el polvillo megruzco marca con maestría unos
moretones superficiales en una pera, marca la hendidura humbilical en otra (la que
perdió el palito) y separa la tercera con una mancha acuosa distribuidora de la luz y de
la sombra, en las ciruelas, chiconas de exportación, color oscurísimo dando volumen

muy acertado con desteñimientos del mismo y con algunas luces blancuchas mínimas,
definiendo bien formas y hasta texturas, en nada su fructuosa presencia acusa deterioros
ni menos incipiente putrefacción, pero tampoco nadie podría decir que están inmaduras
para atracarle el diente, Lo blanco se maneja con arte, un plato frígido en su planura,
unos cuencos que de puro blancos se invisibilizan en que con maestría y pincel (o la
brocha del frasquito de creta), de trazo decidido de espadachín valiente y sin remilgos,
dando curvas y redondeces a la primera y acertándole a todas, algún apoyo grisáceo en
este afán de voluptuosidad en la precisa  dosis, un fondo de piso y  cielo con los hollines
más aguachentos  o menos aguachentos, quitándoles la tristeza con agregados apenas
notorios de agüitas granates o amarillas sobrantes en la higiénica paleta. Cuadro que
evoca los infiernos glaciales del gran Dante.

Costa Calma
Costa calma.jpg

​Partamos por lo bueno. Ese mar transparente de agua destilada, con olas sin espuma, o
congelado en medio de un paisaje templado, con reflejos fantasmales, colores violáceos,
una playa que se le opone, amarilla entre pato y canario, tan bien encajada en el reborde
de las aguas desenfocando el primer plano, los reflejos medio ortogonales de las rocas,
trama medio urbana medio natural, las rocas mismas sobre el nivel del mar, posteriores
en su génesis al reflejo, producto,secuencial de su existencia, hijas legítimas de ese
reflejo que se salen de las aguas a conquistar la atmósfera, y en un grito de realismo
acusan fisuras y el solcito amable del poniente, coronadas por una pradera seca de matas
tristes y arvejosas  limitadas por el primer horizonte, hasta ahí vamos perfecto. Para
llegar al segundo horizonte una mancha sombría, negruzca, de un monótono color
carbo-petrolífero que de tan oscuro no deja ver su finura pictórica con matices
multicolores, verdes coníferos y tintillas caoba, podría decirse hasta que está demás este
dragón oscuro que mete una cola demasiado larga en las aguas, pero no seamos tan
drásticos, podría estar más flaco y descolorido, así oscuro no quiere irse para atrás como
le corresponde a un segundo horizonte más lejano, para qué hablamos del cielo jugo de
tampón, claro, habiendo ese dragón carbonario había que ponerle algo más ruidoso en
vez del cielo merecido por el cuadro, una réplica simplísima y tranquila del protagónico
pedazo de mar insalobre neutro-neutro que lo acompañe sin quitarle su pristina y sutil
delicadeza, Lo bueno, buenísimo del cuadro no se lo quita lo malo no tan malo, pero le
lleva la contraria.

Comento Cuadros del 11 octubre 2022
Sendero
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Cuadro que rememora un paisaje para regodearse con chorreos abstractos, La textura de
la izquierda, aprovechando la fuerza gravitacional, entremezcla verduras como en torta
pascualina, se empeña en darle cuerpo a una acuarela aguachenta y transparente que a
punto de meterle agua embadurnando el papel y promoviendo una majamama de verdes
que caen como chorreaduras de esperma. Al otro lado algo parecido pero sin el talante
gravitacional, una revoltura a pincelazo medio trapeado de los mismos verdes en que se
marcan un poco más unos injertos color zapallo, toda esta mazamorra abre al medio un
hueco de unas aguachenturas claruchentas y ese verde azuloso acalipsado propio de las
playas tropicales bastante contrario al pajizo de los que podrían ser árboles, una ventana
que armoniza por contraste aunque sea entre verdes, uno de pasto fermentado a medio
rumiar, el otro un color de artificio que se da en la naturaleza en los témpanos de hielo,
el cuadro se completa con un sendero de contornos geométricos, color plano de muy
acertada claridad, sendero que aporta una tremenda sensación de piso horizontal aunque
no conduzca a nada y para aplacar su vastedad se le amortiguó con tres manchas de
pincel hastiado que parecen sombras y un borde cálido acentuando el límite recto con
una paralela del color más oscuro que adorna sin verse y contrasta con la mata

verdeoscura. Al paspartú superior se llega con un grisáceo desganado amalgamando  un
celestoso con
algo de pincelada marmórea de colorido ajeno al cuadro y bien elegido por eso mismo,
ya que es un cuadro de excelente aporte expresivo que busca repeler a quién lo mira y a
pintar como se le ponga al pintor en gana, que así tiene que ser el arte.

Lacustre
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Virtuoso pincel dibujante, así como venga la mano, sin modismos ni trazos de utilería, al correr del tiempo y del agua, consigue un suelo emergente con un par de árboles de magnífica estampa, dignos en su pobreza de planta "quiltra", sin pretensión alguna de alcurnia vegetal, troncos añosos, uno inclinado y el otro derechito, ambos cabezones por poda cruenta de la que se abre un ramaje desmerecido, sin follaje, lo que confiere desazón y soledad a una atmósfera estática, un paisaje que mueve a lo irreal, a lo ingrávido, a lo insulso e insípido. El cuadro de los claros complementa al dibujo oscuro, apuntalando el mérito de la horizontalidad, riega el papel por aquí y allá con agüitas sucias e inocentes conformando un horizonte nebuloso de brumas que arman espacialmente el paisaje, el broche final, unos toques de color vivo, uno celeste bien metido y dosificado, tres de amarillos nicotíneos, dos acertados dando cuerpo al agua, otro que está demás y desvirtúa la sensación de un fondo neutro y lejano, casi inexistente. Destaco la filigrana del pincel en el ramaje menor, en vivaz desorden natural, y el cachureo del "mataje" en  el suelo, bien manejado espacialmente,de variada morfología vegetal, casi sin luces y sombras, otorgando al cuadro una sobria nobleza y destreza de pintor seguro que además tiene la gracia de complicarse poco la vida con desparpajo.

Silvestre
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Se van soltando las naturalezas muertas con tarro y floripondios, en un barroco desatado las flores vuelan, apenas se nota un cordón umbilical que las ata por arriba desde un ladito, mimetizando su existencia con la maniobra ténica de supeponer a un color plano un  dibujo de color contrario (cafesoso sobre azul) pero de idéntica luminosidad. El paspartú superior se desgrana en una nube de fondo que recorre todo el cuadro, enlazando en buena forma con un fondo azul de amplia contundencia, finamente matizado con grises superpuestos, que van aureolando al blanco nebuloso de la nube descolgante, y conformando un nido algodonoso para proteger al motivo protagónico del cuadro, florecillas juveniles y juguetonas, todas igualitas, hermanas inseparables, las más audaces superponiéndose directamente al azul, otras aprovechando la nube descolgante para atenuar el contraste, logrando que las seis se salgan del cuadro, salten, se acerquen al observador dejando perdido muy atrás los fondos, excelente conformación espacial de pétalos haciendo gala de los encuentros entre flores, el encuentro ocasional pero directo con los azules y la variedad de blancos entre sí, y apenas un dibujo lineal negruzco de pincel flaco que con poco peso define los centros de las flores, se añade un tinte melífero, color preciso para el talante del cuadro, apacible mensaje de alegría, de simplicidad y sana soltura, sin afanes de pintor trascendente aunque subliminalmente vaya mucho más allá de un buen despliegue factual. Cuadro que deja contento al que lo mira sin que sospeche el motivo porque tras la destreza hay un incógnito contenido que satisface.

Comento Cuadros del 27 septiembre 2022
Velero Blanco
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​Inocente como se vé, blanco el casco, blancas las velas, sin bandera alguna, es que el apuesto hijo del pirata Rey de los Mares, espera que caiga la noche para trepar las paredes del convento hasta la alta ventanuca de la celda donde lo espera, trémula y anhelante, su amante la princesa, encerrada en el convento por su padre Rey de las Tierras para que olvide tan impropios amoríos, y el intrépido galán irá a secuestrarla para llevársela en la noche al Imperio de los Mares en el velero blanco, ahora enarbolando la intimidante bandera negra (sigue en próximo fascículo).Cuadro de colores pastel y con cierta morfología de pastel (el pastel no es el pintor(a), es el cuadro, todo parece hecho como los dulces chilenitos (La Ligua, Curacaví, Melipilla y en cuanto peaje uno pase), con la cáscara blanquisca y quebradiza. Un mar más bien lacustre que marítimo, el verdeazul lo insinúa, lo calmo de las aguas, la nula distancia del edificio blanco (más bien monacal que defensivo), a la línea de costa que hace presumir muy escasas mareas y tormentas, una composición bien armada, distribuyendo la "flota" con la sobriedad de un blanco enmarcado blandamente por trazos de un negro amortiguado que se aviene con la mancha color chocolate bien desteñido, que va adorando el cuadro cerca de todo lo blanco y materializando su presencia en las tejas y en las casas chicas que enmarcan al presumible monasterio) con mucho acierto y sensibilidad, y un negro hollín brilloso que se manifiesta aquí y allá (roquerío de contención y defensa del muro, ventanas, algún toque en los cascos y en el lobo marino que remolca al bote, felizmente no en el horizonte en donde sabiamente se prolongó el tono de las aguas, acentuando la profundidad (junto con el bote pequeño, al edificio en escorzo achicándose y en el cerro arbustivo de atrás que impulsa a los edificios hacia el frente,  entonando ese toque de negro decidido,  sutilmente duro y muy necesario, con brillos de azabache, una cierta vibración (en un cuadro eminentemente "pavo"). Buen acierto en el verde elegido para el cerro de atrás, que le saca gracia al celestillo (verde celestoso que con la presencia del otro amarillentoso del cerro más se "acelesta"), celestillo que con un sólo tono de acuarela bien mezclada  protagoniza el cuadro y el pincel que lo pinta le da gracia, soltura y sabiduría. Habría que ver si al papel le queda una pizca tapada por arriba, para que la punta de la iglesia (o capilla del convento, de muy buena estampa) quede dentro del cuadro. El alambre que no pudo ser borrado (desde el horizonte al paspartú derecho) hasta le da cierta gracia, no molesta, pero para un observador puntudo y criticón sería reprobable.

Comento Cuadros del 20 septiembre 2022
Olvidadas
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Cuadro de brujas o brujos, no me refiero al autor(a). Ese polvillo blanco de creta
raspada le confiere un encanto clandestino que se aviene con el título, para pasar la
tristeza sugiero a los mirones imaginarse las uvas por dentro, el verdecillo húmedo,
trémulo, virginal, de la tersa carne de la vid, dan ganas de morderla y dejarla deslizarse
por el guargüero, si fueran higos podría pensarse en higos secos empolvados con harina
tostada, pero uvas no, la sorda magia de un galpón polvorillento confiere al cuadro algo
de siniestro muy provocador y embrujante, incluso atractivo por lo raro y sugerente, y lo
blanquecino de las esferas alargadas no dejan de pensar en huevos colgantes en un
sahumerio de los pueblos aborígenes en un rito
ceniciento, gran finura y acierto en la coloración cálida de los huevos de allá arriba y
mejor aún en ese azulino, en los blancuchos un tenue rosadillo y la certeza de que se
trata de uvas de cuero negro, tal vez haya venido el conejo de la Semana Santa con
huevitos de chocolate, Y en el alto cuadro los escobajos (que aseguran que se trata de
uvas) enriquecen el cuadro con un relámpago verdeamarillo, luminoso, y un vástago
leñoso de colores tostados apenas cálidos muy bien metidos, ahí se hizo presente la cola
de un brujo(a) electrizante que salva el cuadro y trae a la memoria el supuesto colorido
del interior de las uvas. El fondo, en la mitad superior, de unos sobrios
ennegrecimientos que hacen saltar como filamentos de ampolleta (de las antiguas con

filamento), relámpago de los dioses y las diosas, rúbrica (me recuerda "no soy un
robot") del burlesco Mefistófeles, los sarmientos volantes e iridiscentes del escobajo.
Del encalado de brocha gorda (de indignas cales más vivas que apagadas), en la parte
baja mejor ni hablemos, cuando era cuestión de dejarlo blanquito no más con algún
toque de agüita sucia, audaz y asertivo cortar horizontalmente medio a medio el cuadro
e insinuar la forma de un precipicio o una cascada en el que se monta el racimo, como
una diva que se recuesta mostrando el encanto de las piernas colgantes. Es de esperar
que el polvillo blancucho sea más cal que pichicata.

Desborde
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Comento Cuadros del 13 septiembre 2022
Pescadores
Pescadores.jpg

Sobre bandera de tres franjas, la primera de un color guatitas de vaca con ictericia
(mondongo en México, callos en la madre patria) que muy define el cuadro con certeza,
agregando a la atmósfera una sensación de irrealidad y de cósmica opacidad, de
mundo cargado de infortunio y penitencia y brindando con gracia la conservación de
unas nubes-amebas decidoras de los pliegues del estómago compuesto de los rumiantes
en acertadísima oferta acuarelosa, una segunda franja (separada por el acierto de un
horizonte negruzco de pincel largo y responsable) del mar azul (como suele ser el mar)
en un suelto ejercicio de olas de poca espuma y luces de transparencia, se funde con la
tercera franja en un tramo menor, portezuelo que deja el escudo abigarrado de motivos
náuticos dibujados sobrepuestos de diestra estampa conocedora de barcuchos y
tripulantes, de sus indumentarias y aparejos, de sus arboladuras y su ingeniería
marinera, en el extremo derecho rocas precisas replicadas de ese antedicho horizonte
rocoso (o más bien cerroso) cuyos reflejos resultan didácticos demostrando "que se
puede" pintar reflejos con el arte de las manos en vez del arte de las patas, un rojo que
tuvo la buena suerte (o la habilidad del pintor) de no toparse con los azules, lo que
habría provocado un insoportable fago-efecto de comerse al cuadro, rojizo de pincelada
raspadora con una muy buena expresión de cosa única, de cosa antigua y remendada, de
gente marina sufrida y resignada. La franja inferior, la más gaseosa de todas (el cuadro
parte sólido en el cielo, se licúa admirablemente en el mar y resulta casi volátil en la
arena en una liviandad digna de elogio. Pero...pero, pero. La mancha de aceite bajo el
casco, imperdonable. Es que la acuarela es por naturaleza transparente, y si se le ha de
llevar la contra (se le puede llevar la contra, y en este cuadro la bastarda superposición
de trazos blancos se hizo con prudencia, con tino, con mesura, bien metida, en la barca y
sus casitas con aplomo, en el sombrero del gordo desinvisibilizado por las olas, tal vez
no tanto en la cuerda o manguera que el mismo gordo porta, pero, pero, no en la sombra
del barco, panqueque machacado y remachacado, mancha de untuoso aceite desechado,
sobreusado y pisoteado, plasta (como si Artes Plásticas viniera de plasta) inaceptable.
Los reflejos del gordo y del canasto, bastante mal habidos, ni molestan ante el peso
culpable de la superplasta bajo el barco.

Cafetal
Cafetal.jpg

Se siente el olor acre y medio vinagroso de los cafetales, el calor estático y el silencio
zumbante .Cuadro de tres tonos y gran carácter, expresionista de la atmósfera
excluyente de ese mundo aparte que son los cafetales, sean en suelo plano o en gran
pendiente (como los de Costa Rica), abiertos o bajo sombra (como en los de San
Salvador en El Salvador), aglutinados o desparramados (como en Etiopía, las plantas
raleadas), un aire espeso en que se percibe el crecimiento de los granos, zumbidos de
bichos incesantes, un polvillo que atraganta, unos aceites evaporados de rancio aroma
difícil de apreciar en su cáustico agrado. El fondo del cuadro, morado-grisáceo de traza
blanquecina, remedando las hojas de ese verde anodino, muy de cultivo masivo, con
brillos amarillentos que les brinda una resolana aplastante y un manejo extraordinario de
la semitiesura un tanto alabeada y apenas brillante, y los granos de café antes de la
tostadura, medio polvorientos, del mismo tamaño, arrejuntados en generosos racimos,
identificados con un punto de luz que junto al noble rojizo se va atenuando al golpe de
luz, composición de elementos entreverados en atrevida disposición, como fragmentos
de un todo grande, tal vez para quién no se ha familiarizado con los cafetales (que en
nada rememoran al cafecito bebestible en el mesón, ya tostado, calentado y disuelto en
aguas nunca presentes en el cafetal que es más bien reseco), para quienes se han perdido
este paisaje no demasiado atractivo pero generador de un mundo de cierto ensueño
agreste, debe parecer un cuadro medio sordo, muy desvinculado al café que se bebe bajo
techo y que, además de quemar el guargüero, reconforta la tripa con sensaciones de
ánimo saltón y extravertido. Cuadro tan sobrio como auténtico en su desgano meritorio
y su hacendoso pincel.

Floridor
Florid'or.jpg

​Con ese título, parte el cuadro burlándose del espectador, entre los que se encuentra este
sufrido profesor. La corona de Atila, la cornamenta del profeta de los ciervos al que le
brota hojarasca de los cachos en la noche del eclipse, colonia de picorocos de mil bocas
por las que vomitan los huevos (son crustáceos los picorocos aunque no parezcan, las
patas les crecen hacia adentro y se meten en una casa calcárea que fabrican y anclan a la
roca), máscara de brujos altiplánicos, campanulas amarillas que se yerguen como flores
carnívoras crueles y amenazantes, pólipos triunfantes, pulpo trintre, rulos de una bruja
blanca o de una doncella aspirante a bruja negra, sombrero de suegra tropical o de la
regenta de prostíbulos en día de carnaval, el bigbang de las cabritas de maíz en su
estallido crepitante, y vamos ahora al útero, matriz de donde surgen estos monstruos, el
útero negro, transparentando la génesis amarillenta de tanto tentáculo, cápsula redonda
de fermentos innombrables, ampolleta de calabozo (sino de cripta), crisol de la maldad
que luego brota y se esparce por las estepas sembrando desolación y vicio artero,
anclada en la negrura acertada del fondo de cuadro, tenebroso, sólo aclarado al
desteñirse en tonos moradosos para que se destaquen esos que quisieron ser amables
amarillos, cuadro de una clásica simetría. imperfecta en el detalle, imperfección de la
que resurge un barroco empedernido, insolente, voluptuoso que se burla del espectador
atribulado

Comento Cuadros del 6 septiembre 2022
Sureñas
Sureñas.jpg

​Malencachadas pero sabrosísimas, las de Cañete completamente blancas, las hadas de
las frutillas, las vírgenes de Nahuelbuta, deliciosas en su néctar sureño, en su acidez
sutil y en su tersura. La fruta muestra una rusticidad auténtica de fruto silvestre apenas
en proceso de domesticación (matriz endémica de estos pagos son la fresa y el fresón de
mesa, que se sirve con cremas de vaca gorda y saludable, o natas como también se dice,
y para algunos adictos, un espolvoreado de azúcar flor que embarra todos los buenos
sabores de Aranjuez, son famosas además de los faisanes del coto de caza real -no es el
de los elefantes- y el lugar de veraneo de los Asturias y los Borbones, donde fuimos con
el tío Emilio en lejana ocasión  (quién ayer cumplió su primer siglo de vida) a
zamparnos precisamente faisán de caza (uno por nuca, con su cuero tirante y enristrando
una gran pluma (no comestible) y fresones gigantes  con natas, de las pródigas vegas de
Aranjuez). El trato volumétrico, la expresión grano por grano, con pincel prolijo y
espontáneo, una trama de pastitos verdecillos (yo también me los trago junto con la
frutilla) y de la fruta generosa, granulosa, de rojos y blancos y de puntitos oscuros de
gran naturalidad, el envase, tal vez de papel de aluminio o algún papel medio encerado
o de mantequilla, conformando un desastrado contenedor de segunda mano para ir a
vender, a Talcahuano las cajitas de frutilla a la salida del terminal de buses, dando al
cuadro un carácter muy preciso de tono menor, de humilde esfuerzo, de gente pobre y
ordenada, joya para la cenicienta, como de artesanía en latón, flotando en un fondo que
mucho aporta como contención del envase, quitándole la tiesura de su condición
artificial y aportando un fino colorido como escolta

Conectividad
Conectividad.jpg

¿De las neuronas? Cuadro que algo tiene de Dalí (siendo, pictóricamente, mucho mejor,
al menos de lo que he visto del bigotudo). La autopista, sobre la que se han marcado las
rayas separadoras de carriles con ancha cinta blanco-reluciente de dudoso origen, se
mete al mero medio del bigbang, mancha cálida refulgente, chispazo iracundo, destello
furioso, volcán sulfuroso, efluvio del infierno, presagio del acabo de mundo. Tras ese
árbol, entre conífero y gaseoso, que comanda el cuadro, la fabulosa explosión, una
explosión de óxidos exaltados y de zapallos iridiscentes, tremebunda explosión que se
roba el cuadro con expresión cósmica y diabólica  (tremebunda no significa que
tenga grande la bunda), llamarada apocalíptica haciendo vacilar al pobre pino, que en el
ajedrez  es la dama, aguerrida, dominante, que hace un minuto fuera el humilde peón
que ahora se acaba de coronar y que provocó las iras de las blancas, en este caso
ennaranjecida su albura de rabia por la artera coronación enemiga, y clama venganza,
no tanto por el par de peoncillos que vienen en camino y esperan agazapados en fila
india su coronación, sino del rey, el gran zángano paticorto y pusilánime, detrás (como
el príncipe Felipe) de la reina patilarga, ese rey de grisácea y disminuida estampa, al
parecer inclinándose no se sabe si para hacerle una reverencia a la dama o un desprecio
al enemigo, o por el puro susto al bigbang vecino, ahí detrasito, al lado derecho, el
estacionamiento de las piezas comidas mirando el partido relajadamente desde el borde
de la cancha, al parecer dos alfiles y la reina, a la que que se la comieron bien comida
para permitir al bastardillo peón reencarnarla en esta segunda reina, maldita impostora,
madrastra advenediza, adalid maldito de las blancas en su disfraz ennaranjecido y
destellante (por suerte no las pintaron con creta blanca, el color de las camisetas que le
habría correspondido para enfrentar a las negras). Negras que, por contraste y simetría,
fueron teñidas con elegantes matices amoratados e índicos entremezclados, atenuando la
dureza de la supuesta negrura (parodiando a Michael Jackson), pero con la tinta
luminosa de un tampón. La carretera se cruza con una franja nebulosa que la pasa por
debajo, franja veloz que sopla hacia la luz para fundirse con ella, emblanqueciendo un
fondo de rico colorido y pincelada de arrastre horizontal, con unas salpicaduras por esa
zona, tal vez meteoritos petrificados del cretáceo que no alcanzan a molestar con su

flagrante bastardía, bajo la franja un refundido pantano tremendamente bien logrado,
todos los colores del conjunto, casi en sí un cuadro abstracto de insuperable calidad, que
se diluye por entre las patas del puente hacia un blanco estepario de gran dimensión
(cosa valiente y muy destacable, además del ahorro de pigmento), hacia un reino de las
luces libre de cretas que se prolonga en los paspartús (habría sido el colmo que le
hubieran metido creta al paspartú), dejando esa carretera como un elemento pirata,
sugerente  literario, diciendo "rechazo" a la blandura inconsistente, aguachenta e
informe del resto del cuadro, efecto intencional y acertado, gran aporte que deje
pensando (o rezongando) a los mirones (hay una interpretación bélica ruso-ucraniana
para la que se presta mucho y que se omite).

2 Botes
2 botes.jpg

Título innecesario, se ven los dos. Y son lo sobresaliente, gordinflos, como de caucho
inflable o como mono de Walt Disney, el cuadro todo nos revela una sensación alegre
de caricatura, de realidad enternecida, de talante infantil, hasta dieciochero o navideño,
la casita de "Haensel und Grëtel", que dan ganas de comésela, hay un trastorno de
escala, como en las historias de Gulliver, barcos inflables que parecen casi de juguete o
trasatlánticos si se considera la estatura del par de figurashumanas casi invisibles, la
casita que pueden ser de esas navideñas de galleta de jengibre con golosinas
multicolores insertas y untos almendrados, o casas de tamaño cercano al natural,
habitables por nibelungos que brotan del subsuelo, regordetes como los barcos, ventanas
que dan una escala específica y que parecen dibujadas directamente con el pomo (así
como la parte blanca del casco del buque rojo) que tiran a salirse del cuadro, unas tejas
de chocolate que podrían servir una te ellas como de amplia cama para la parejita esa
junto al buque, así de dispersas son las escalas que confieren al cuadro un hálito de
surrealismo y de ingenuidad, un estilo muy unitario en esa línea un poco de mono
animado, los entornos, cielo, cerros, piso (buen desarrollo de la acuarela con variedad y
expresividad aportando la necesaria profundidad y asentamiento en el piso y primer
plano), el mar liláceo (color nuevo bien armado con el celeste nuboso allá arriba), y el
árbol, todos ellos muy adecuados en subordinación blanda complementaria a los
protagonistas, el árbol aportando el color que faltaba arrinconado para que no compita
con buques y casas, y el par de buques por un lado, redondotes, inflados, gordinflones y
de colorido audaz contrastando (la luz en el casco azul bien planteada (jerarquiza ese
casco y disminuye el área de un color tan prepotente), con las casitas apetitosas de
colores tostados, construidas con líneas rectas, generando una buena dicotomía, los
barcos con el casco redondeado porque se trasladan y se han debido adaptar a esta
condición,  pero sobre la cubierta casitas tan cuadradas o más que la otra en tierra,
porque allá arriba o sobre el suelo no necesitan trasladarse.  Cuadro didáctico,
decorativo, con una composición bien armada y relativamente complicada, tal vez
moleste un poco la división entre el cuadro de los buques y el cuadro de las casas
dividido justo al medio, a la izquierda los gordos redondos y colorinches, a la derecha
los cuadrados de colores más sobrios y delineación geométrica. Cuadro juguetón como
los perros nuevos, atractivo a primera vista.

Ramas de Otoño
Ramas de otoño.jpg

Con cierta audacia y mucho tino, sin un esfuerzo consciente, junta dos cuadros, el de
adelante y el de atrás, el protagónico una simple ramita, no se sabe si de hojas o de
espigas o de flores, que se descuelga grácil pero vigorosa en una danza que salió buena
a la primera, un colorido sobrio, más trabajado que lo que parece con gamas
superpuestas que confieren volumen necesario y bien logrado a esas espigas, en una
composición que maneja jerarquías, una repetición muy asertiva y natural del ramaje,
tramos rectos con quiebres periódicos pero con una curva gravitacional, indicadora de
cansancio y resignación en las maduras y más pesadas, y anhelos por descubrir el
mundo, de alcanzar el premio de la luz y el sol, en las más jóvenes y livianas, con tallos
flacos de un color verde-liviano que sería disonante si no fuera complementado con el
fondo (pintado primero aunque parezca después), el cuadro de atrás, apenas un par de
pinceladas, qué bueno que no haya habido repaso alguno, se repite ese preciso
verdecillo de tallos complementado por réplicas pajizas hermanas del ramaje, asertivo
en la mancha izquierda al pie del monte, y el pincelazo horizontal verde-esmeraldoso
que subraya la montaña. Destaco el cielo ausente pero con una leve pigmentación que lo
separa del paspartú, y el repaso rojizo sobre las espigas grandes y al inicio de la rama
arriba a la derecha que entonan el conjunto sin herir la sobriedad.

Comento Cuadros del 27 julio 2021
¿ Atardecer o Amanecer?

Podría ser en Buenos Aires, Barcelona o Estocolmo, el sol saliendo del agua, asï parecen los elementos iluminados

 del primer plano (al este de Montevideo hay una puntilla donde se veía ponerse el sol como como en el Pacífico, (¡Este si que es acabo de mundo, no puede ser, alguien me dio vueltas el mapamundi! ; pero no era tal, el supuesto Atlántico era el Río de la Plata que se extendía largo hacia el oeste hasta un chato horizonte pampino confundido con las aguas) (Recuerda la magnífica película brasileña "Orfeo Negro", que privilegia imagen sobre relato).  Esas matas espinudas y agresivas de dunas inclementes parecen más estar nerviosas por el devenir del día que por el tránsito lúgubre a la noche. Más que eso, pueden ser dos actos traslapados en el tiempo, se viene encima la noche desde un techo de nubes implacables y por debajo se mete la aurora para toparse ambas en el horizonte. Un enjambre de nubes aplastantes, imperiosas, con oscuros carbonliferos (o petrolíferos) que apenas dejan infiltrarse los tintes cálidos desde esa ceja de luz cobriza que aloja un sol enrabiado porque apenas lo dejan mirar para atrás, mientras ilumina aguas, arenas y plantas y cuyos rayos de un amarillo electrizante se funden con los del otro sol que se mete por debajo, se avalanza contra el tránsito y se encandila en un caos que ensombrece los reversos cóncavos y oblongos de las olas con pinceladas de monótono estirar sobre una mar lechosa de tanto brillo y tanta energía luminosa, y fluye por la playa hasta las matas esparciéndose entre ellas como cósmicos meados nitrogenados de sendos dioses vengativos en torva confrontación. Se replican las nubes redondeadas y desparramadas en las  desgreñadas plantas de la playa y en el montículo  de la izquierda. Cuadro de una inquietante atmósfera de invisibles bichos zumbantes y escamosos, de plantas hirsutas, puntudas y ponzoñosas, y de una soledad de siglos silenciosos e inclementes, profunda soledad entre luces destempladas, soledad encandilante.

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Lago  Sureño
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Cuadro negro renegrido, el pintor una vez listo el cuadro lo encontró desabrido y le metió brocha con un barniz humoso, de color arratonado, impregnado de aceites quemados mezclados con conchos de grasa consistente, esparcido con guaipes inmundos y espolvoreado con cenizas y lejías piñiñientas (de piñén, voz y concepto amerindio), se salvó del barniz mugriento la mitad del cielo y la punta del cerro. El estado de ánimo que ni siquiera da para melancólico o depresivo, es más que eso, el pintor ni suspira ni transpira ni menos se queja, languidece como un lagarto de sangre fría y aliento sordo, y así pinta un cuadro tremendamente armónico, en una composición tradicional de paisajes wistubianos de sureña nostalgia. Un cielo de un blanco con alguna mácula para que destaque la nieve inmaculada y topándose con el negro más negro del cuadro, ese bosque pinoso de la izquierda en un audaz atrevimiento, que sin embargo se equilibra con la esquina de abajo a la derecha del primer plano, el primer plano de plantas hirsutas en que el pincel hace gala de representación realista en una proposición de colores que incluye pajizos luminosos y unos cálidos bien metidos y en prudente dosis para que no alcanzen aperturbar el tinte abatido de la atmósfera. En la esquina inferior izquierda un cogollo de hortiga ponzoñosa que enriquece este primer plano dejando una interrupción que deja meterse las aguas hasta el paspartú con buen acierto. Siguen esas aguas que parecen profundas y tranquilas, nunca pantanosas a pesar del color, manejadas con pinceladas de expresiva horizontalidad y colorido sutilmente variado que va recogiendo las gamas del resto del cuadro, pero trocando la morfología vegetal y tectónica en contrapunto con la planicie de líquidos lentos y ensombrecidos. Desde la atractiva costa marcada con buena mano, articuladora sigilosa del cuadro, una postal con volcán nevado y faldas chorreadas por volcánicas lavas, puesto bien al medio, y dos colinas convergentes que se entrecruzan y que se diferencian, la de atrás de la adelante más por a luz, no tanto por su morfología, Esas ondulaciones cubiertas por selva esmirriada y peladeros pobres, manejados con destreza y sin regatearles presencia a las aguas. Destaco el horizonte en la parte nevada, visualmente integrando cielo y nieve en la ladera izquierda y contrastándola con el cielo color de eclipse en la ladera derecha, con una línea que se pintó sola en virtud de la asertividad que suelen brindar estos regalos del agua madre, dejando al pintor el mérito de no matarlas arrasándolas con su pincel verdugo. No han de vivir peces en ese lago sureño, tal vez un viejo bagre gruñón y pringoso que se fondea en el barro mimetizándose con el cuadro

Playa en invierno
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¡Qué buen título! Si bien podría ser una playa del Pacifico Sur durante una cuarentena invernal, no se puede dejar de invocar esas playas del Mar del Norte, del Canal de la Mancha, de los cuentos de Maupassant, o de los barquitos atiborrados de inmigrantes, gitanos, italianos, africanos o polacos a la Inglaterra prometida, o de los soldados rescatados de Dunkerke en precarias embarcaciones entre las bombas enemigas, o de esos añejos balnearios de los menos ricos que no podían ir al Mediterraneo pero que saboreaban el tímido sol de los veranos norteños con dignidad y en despilfarro en vetustos hoteles de medio pelo, en residenciales de acogedora simpleza, en casas familiares de veraneo con pretenciosa estampa, y ya en tiempos recientes, siguiendo la moda del camping, en atiborrados campamentos de tiendas apelotonadas en un carnaval de la promiscuidad y de una diversión más forzosa que espontánea, en esos marecitos caleteros, de costas a buen alcance, en contraste con nuestro Pacífico, de vastedades estepáreas, que en los inviernos a nada invitan, en que el encanto de la soledad, el descanso del frenético quehacer urbano entremezclado con estimulantes agresiones de la intemperie invernal, en ese medio urbano en desuso, como las ruinas de una salitrera, pero con la esperanza de renacer, de retomar la farándula veranuega, con sus encantos y sus miserias, con su irritante hiperquinesis. El cuadro, que mucho dice, tiene réplicas de inconfundibles paisajes, muelles vergarosos o vergarientos, amontonamientos de rocas en picadillo para defensa y contención, señoriales casinos de un adusto art decó más amarillento que blanquisco, un horizonte de edificios siguiendo la línea de la costa, de colores tirando a los blancos más que a tonos pasteleros, adornados por chorreaduras de humedad y aburridos en su letargada hibernación. Palmeras y palmerines oriundos de otras tierras (aunque aquí las hay autóctonas en la cercanía) (tal vez sean antenas enchuladas con flagrante hipocresía).  Al grano, a lo pictórico, porque es cuadro al fin y al cabo, aunque tiene una clara vertiente narrativa. Impresionista hasta la médula, como del siglo XIX, una composición sin transacciones, todo lo vibrante del cuadro en esa angosta franja horizontal de lado a lado, conteniendo un paisaje de urbanas realidades tiradas al cuadro con desparpajo y seguridad, tal como quedaron a la primera, con una honestidad que no tanto se acostumbra. De la franja antedicha parriba, los blancos que dominan todo el cuadro, marcan un cielo gaseoso, inmaterial, inexistente, un manchado de pincel gordo y acuoso, lo necesario, un vivo gris azulado por una esquina que por su arrinconamiento pesa poco y que se vincula al mar en la esquina opuesta. Bajo la franja, un primer plano que se fuga hacia un punto ficticio en precisa geometría, un abanico de cuatro franjas convergentes divididas por perfectas rectas, que sin embargo logran entrelazarse, confieren una perspectiva de pizarrón que arma espacialmente el cuadro, cada franja en su función. la del mar que conduce a las remotas Islas oceánicas con un tranquilo azul de matices delicados, una zona de espumas arrastradas que empalman mar y tierra, crisol de líquidos, sólidos y gases, de móviles fluidos y ásperos inmóviles. Luego la franja cambiante de tiempo en  tiempo, ora seca, ora mojada, que en este cuadro entrega con maestría la dinámica de las olas incansables lamiendo acompasadamente las arenas. Las negruras del bajo cuadro replican el manchado casi incoloro de la franja urbana, el cuadro tiene casi apenas dos colores, el azuloso matizado del mar y el amarilloso plano de las arenas, bien elegidos, no sólo por armónicos en sí y entre sí sino como expresivos de la narrativa y de la atmósfera de invierno arrastrado, pacífico y amable, de rigores soportables y letargias estiradas.

Comento Cuadros del 13 julio 2021
Luminosidad
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Clásico y barroco. Abajo clásico, arriba barroco. Como si pusiéramos sobre una columna jónica el pensador de Rodin. Aún asi. un conjunto armónico por contraste. Chasca de flores y hojas refundidas por la nebulosa de la acuarela por algunos trasluces en la parte baja por el lamparazo desde atrás que pasa más allá del tarro, superando el esquema de luz a un lado y sombra al otro del objeto floral, El ramillete inclina hacia abajo su follaje floral con bastante prestancia ante la gravedad y dispara a las nubes el ramaje de arriba fundiendo en acertada nebulosa, notable la sobriedad del colorido, ese mismo verde que se hace variado con las aguas y la pincelada, oscurecidas con pintas azules en un cuerpo central que arman espacialmente el ramo con el acierto de pespuntes blancos, algunos topándose sin fusiones con lo más oscuro del azul , Al llegar al frasco, una masa contundente del más oscuro verde sin rasgos azules que encaja bien y mete al frasco el desparramo de arriba, mostrando sumergidas unas patas flacas que no buscan anclaje pues la vítrea contundencia clásico-geométrica del vaso (aunque muy transparente) confiere suficiente sustentación para tan ingrávido sustentado. Destaco el colorido del fondo, de mancha ágil y colores bien elegidos para envolver y destacar un objeto de colores apagados avivados por pintas blancas salpicadas que aportan espacialidad a un todo más bien plano. Atmósfera tristona, nostálgica, pero de una madurez, una calma y una serena entereza envidiables.

Amanecer campestre
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La mensa pataleta, amanecer tras una noche de pesadillas, terrores y naufragios, se enfila un camino que trata de ser recto, con un orden de simetría bien campestre, en primerísimo plano dos champones de mata grande, una a cada lado, dos filas de pastos varios, una relativamente ordenada, la otra harto caótica, separando los potreros que no producen cosecha alguna, cruzados por un camino intermedio en que nadie pasa ni ha pasado ni pasará a recoger esa cosecha inexistente, camino que empieza a perder su simetría, que luego se recobra en esos dos árboles frondosos de tope, similares entre ellos, chascarrientos, el de la izquierda más sombrío en conjunción con el potrero de ese lado, el otro más luminoso, bajo éste y al mero centro del cuadro una mancha sanguinolenta que es protagónica (la regla del diablo), escoltada por débiles réplicas rojizas, la una bien a la izquierda y la otra bien abajo. Los descampados relativamente planos, de colorido revuelto, muy bien acuarelado, pura mancha que sin embargo algo dibuja, y un despliegue de luz y sombra muy atractivo que marcan una fallida horizontalidad de tumbos y tropezones que sin duda son resabios de las pesadillas recién sufridas. Detrás de todo, una franja de término más bien horizontal de caótica presencia y gran aporte artístico, pincel que despliega toda una sinvergüenzura auténtica y un desparpajo insolente, más que meritorio, la acuarela se presta para tales desquiciados exabruptos, esa franja de discordias, maleficios y rabietas ordena el cuadro en conjunto con los bordes paralelos del camino, elementos lineales en un desorden triunfante, Esos cielos de blancos tumultuosos que se vienen amenazantes hacia el observador, completan la atmósfera desesperante de un cuadro tan maldito como Rimbaud (de quién pude apreciar en Harar, al Este de Etiopía, una colección de fotografías familiares de los cuicos del lugar, de finísima inspiración (disponiendo de los daguerrotipos que se podían conseguir en ese confín del mundo a finales del XIX). pues también oficiaba de fotógrafo del pueblo entre sus negocios de diversos tráficos con que el poeta terminó su corta vida, renegando de su enorme poesía de adolescencia, y de su Francia natal).

Ramilletero
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Contracción de ramillete y lechero (el título). El mango del lechero, de añejo fierro enlozado, (que también se usaba como jarro para rellenar el lavatorio-mueble de alcoba, que tenía un depósito para los riles en la parte baja, y que permitía salir de la pieza a damas y caballeros de punta en blanco sin pasar por la sala de baños salvo una incursión furtiva al retrete, si es que no habían previamente dispuesto orines en la cantora o bacinica, del mismo fierro enlozado y de la misma asa negra del jarro), ese mango es a la vez un elemento pirata dentro del cuadro, y un acierto, pues introduce y bien metido un ente que identifica, equilibra y da gracia al que sin el mango sería un buen cuadro más no más. Destaco el follaje, su vibrante y suelta  espacialidad, la pata verde hacia la izquierda que equilibra al mango, el otro ramo verde que tapa parte del tarro incorporándolo al conjunto y definiendo que el lechero es opaco, no de vidrio. Los cálidos luminosos, bien pegados al follaje verdeazuloso formando una santa aureola que se entrelaza al ramillete, el cálido de abajo con una ligera nota cobriza, marca una luz diferenciada con la de las flores definiendo mejor el tarro, el que presenta una línea de borde inferior muy de fierro enlozado medio chascarriento y un casi inadvertido vínculo con el negro del mango pirata. Sutil sombra y reflejo que estabilizan y asientan al objeto.

Comento Cuadros del 07 julio 2021
Ensenada
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Destaco con entusiasmo la unidad de la pincelada, ese día el pintor andaba medio saltón, tal vez se tomó un café muy cargado, además de unitaria, muy suelta y muy variada, pero siempre manteniendo una virtuosa espontaneidad hiperquinética muy funcional a la acuarela, fíjense, en el cielo más acuoso, en el desorden picoteado del follaje, en los cerros diluidos de la izquierda, en las matas más explícitas del primer plano, todo muy bien diferenciado pero con esa impronta vibrante, Además brinda un colorido riquísimo y muy bien ensamblado, un cielo luminoso escoltado por múltiples adornos sombríos, a la derecha unos toques apenas cálidos que lo  pegan con el follaje, por arriba unas amebas colgantes que aportan mucha atmósfera con la virtud de no haber sido retocadas, en el horizonte un área nebulosa entre cielo y montaña, al medio una loma de empalme de de definición y color intermedio, una franja horizontal de oscuros de fina coloración que se mete detrás del follaje que se antepone por la fugaz concurrencia de insinuaciones claras y destacando su presencia con pincelada saltarina y cálidos activantes del ánimo, presentando una interrupción clara a pie de los árboles puente a los blancos del cielo como un embajador del firmamento en tierra, un primer plano que resume lo de atrás con un toque de alegría adecuado y necesario. Un cuadro en que el pintor supo detenerse a tiempo varias veces en el transcurso de la faena. Atmósfera bien lograda por el aporte conjuntivo de tantos elementos

Fluye de la cordillera
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No necesita decirlo el título, salta a la vista, el dinamismo descendiente de las aguas nivales desparramando energía  al encabritarse entre las piedras, que casi  casi cambian de puesto por la energía  montañesa que las arrastra, ciclópeas algunas, que vinieron arrasando con todo como pétreos elefantes enfurecidos, rodando estruendosamente sus cantos, sacando chispas al chocar entre ellas, otras más pequeñas, desgranadas, con una identidad cálida que recuerdan una impronta orgánica sin tenerla, indicando su origen en un único y singular ente geológico, o tal vez teñidas así por los orines del demonio o por haber atravesado ventisqueros emponzoñados con sangres de la tierra, o haber sido inundadas por untos minerales de alma rojiza traídos por el torrente. El blanco prístino de las aguas, que aún siendo el mero blanco del papel, se sale de éste con una fuerza dinámica increíble, apenas adornada por ínfimos toques lineales azulados que certifican su gélida condición, se vienen las aguas cantarinas bajando desde la izquierda y se derraman en un amplio recodo para llegar al valle y se entrometen al roquerío teniendo como blanca embajadora a una roca descolorida de caras planas (de un blanco que, al revés de los toques celestosos en las aguas ahora se ve cálido por su contigüidad con los rojizos), tal vez una piedra que por su altura no fue alcanzada por los afanes tintoreros del malulo y que mantuvo su pureza como la cabeza virginal de un iceberg ( no vaya a ser no más que quedó blanca porque al pintor se le olvidó pintarla). A la derecha, bien abajo, una piedrota marca el primer plano con la  mayor definición que le brindan unas chorreaduras, que podrían se la churretera de algún pajarraco (así como la blancura de la otra piedra pudiera obedecer a un cagadero del rey cóndor o de una bandada de bastardos buitres). En la rivera izquierda, la vegetación rastrera cordillerana, áspera, repuebla los pedregales tras la última crecida, aportando la presencia viva de un raconto ,en una plumada amarillosa que incorpora al cuadro una extemporánea marca bien encajada. En la esquina derecha de abajo volviendo al antedicho y contundente pedregón que replica los morados del cerro, marca un adelantado primer plano por el detalle de las chorreaduras. Morado a la izquierda, grisáceo a la derecha, comienza la franja sucesiva del cerro al cielo, siguen los verdes y los azules de acuoso artificio, de prístina e ingenua nitidez, hasta perderse en un cielo huidizo con un reservorio blanco-gaseoso que busca vínculos con las aguas del primer plano. Cuadro multicolor con una atmósfera que fluye, que canta desde los misterios andinos

Flores
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¿Y el tarro? Por fin nos desprendimos del tarro, no sé si enteramente conscientes o por un arrebato que le mandó -acertadamente- el tijeretazo por debajo. Así, sin frasco ni atadura alguna, las flores cantan victoria a todos los vientos (Señor director: no siempre es malo para la planta que se rompa el macetero)(se refería a la suerte de los exiliados). Flores locas, desparramadas, del mismo porte pero de personalidades contrastantes, como cabras de un curso de secundaria el día en que se sale a vacaciones, libres por fin del supuesto florero, el pintor, dentro de un orden que no se trasluce, saca brillo a su repertorio de las acuarelas, fusiones, luces, sombras, la mancha oxidada y la mancha violácea hábilmente entrelazadas en múltiples combinaciones que confieren profundidad espacial al derramado ramillete, y ese enjambre de tallos cual telaraña, con puntudas cuncunas de remarca verde oscura, de los que destaco ese del medio con silueta de dragón vegetal vigilando a las cabritas colegialas en desbande, y por último ese fondo más que bien puesto, en que los grises, por su juguetona movilidad superan su intrínseca tristeza, aportan al cuadro un trasfondo trascendente e impiden un frívolo e inconexo desparramo.

Mañana otoñal
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Romántico, tristón, un colage de múltiples paisajes empalmados en un todo armónico y un tanto fantasmal, legañoso, adormilado, con el letargo de salivas espesas en un despertar entre sueños y sudores de amanecer. En lo pictórico, vamos por orden porque es un cuadro rigurosamente ordenado con un método casi cartesiano, un cielo en que las aguas bajan tranquilas sin chorrear, se meten tras el cerro presidido por un pariente escoliótico del Manquehue, una cordillera (que apenas da para precordillera), pintada con uno o muy pocos pincelazos lánguidos y acuosos que después al irse secando fueron conformando (con buena suerte) las luces y los relieves de los abruptos peladeros cordilleranos, una guirnalda de pajizos que sigue la silueta del horizonte, tras una greca de eucaliptos más que de álamos (o de ambos) que parece prolongarse a diestra y siniestra con cierto orden menos riguroso, asentada sobre un matorral oscuro de invasivas zarzamoras en un polvoriento cerco seminatural de estos resecos paisajes del Chile central, paisaje en el cual  las reservas de unos palos blanquizcos, unos troncos, otros simples transparencias, van armando la greca (gran acierto expresivo),  En lo que hacia abajo y por delante, un potrerillo que alguna fertilidad podría brindar, y hasta haber recibido alguna vez la caricia de un arado o el abono de los bueyes, compartiendo horizontalidad con el camino rural por diestro pincel lograda, y un último elemento, disímil pero muy bien encajado, un champón espinoleñoso de envidiable fertilidad, estirando sus lanzas al pródigo sol y marcando lazos amarillos con el pajizo de más atrás, champón que entona lo letárgico del cuadro sin contrarestar demasiado lo soñoliento y perezoso de su transcurrir, y marca la profundidad con un asertivo y diestro pincelillo dibujante. Cuadro de silencios (apenas transgredidos por el zumbar de grillos y cigarras) y oblongas tristezas apacibles, para ponerlo más que en la estancia en el cuarto donde se rumia una buena siesta

Comento Cuadros del 10 de Agosto 2021
Playa Lacustre
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Visión desde un parapente a punto de aterrizar, va perdiendo altura, es de esperar que alcance a caer en el agua limpia, si caigo en ese pantano baboso me voy a embadurnar entero(a) y se me va a descuajeringar el parapente. Menos mal que es acuarela, si fuera óleo me sumiría en trementina. Cuadro de una soledad esteparia y de una quietud soporífera, ni viento hay, por eso debe ser que el parapente perdía tanta altura. Si no fuera por el rosadito aquél, sería además de una tristeza insufrible como en los spleen de Baudeleaire. (¡Los esfuerzos que tiene que hacer este buen cristiano para que el cuadro supere su apático aburrimiento!). Ahora en serio, la más simple de las composiciones, meritorio, un esquema de calzoncillo estirado sobre el horizonte, dos perfiles de cerritos chatos de parecida y escasa pendiente pero de distinto largo, meritorio,(de ser iguales de largos habría sido el colmo), poblados de una vegetación anodina, desnutrida, ni para pasto del burro, sobre la colina izquierda un horizonte paralelo, tal vez nube, tal vez un cerro lejano, que resuelve muy bien el empalme de los dos triángulos tendidos, dejando un portezuelo abierto, pero insinuando una conjunción de fondo infinitamente lejano. Tras la supuesta montaña paralela se vislumbra otra, un ente entre nube y cordillera muy acorde con lo acertadamente anodino del cuadro, meritorio, algo comparable en la colina de la derecha, su junta con el cielo imprecisa. Las nubes siguen los ángulos de las pendientes, en una danza lenta que armoniza un notable surtido de blancos y alguna pinta de gris que arman la atmósfera cóncava que recibe al parapente, necesario el rosadito que maquilla las mejillas de esa cara verde de tuberculosis agónica. En primer plano, lo mismo con el celestillo que marca una cierta limpieza en un lago de buena horizontalidad con pincelazos indicativos de un sordo pantano o de aguas bajas de una inmundicia latente. Cuadro de grandes equilibrios, pinceles y  colores templados, atmósfera agobiante, de una sobriedad irrestricta (y capaz que un tanto exagerada). Se entiende la horizontalidad tambaleante por la inestable visión desde un parapente, de fácil arreglo acomodando un pelo el paspartú

Cielo furioso
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Cuadro sin aguas tibias, (arriba-medio-abajo). Lo que podría ser el valle del Nilo, arriba un cielo tormentoso de barroco dinamismo, el sátiro Monsieur le Vent corretea a las nubes-doncellas multicolores (fríos blancos, grises y azulados más algún toquesillo terroso que los ablande), para que la fruncida Mme la Pluie no retenga las gotas y las suelte copiosamente sobre el sediento Sahara. Torbellinos atmosféricos de impronta gaseosa que cargan su negrura a la derecha compensando a un primer plano de enrojecida furia en la opuesta ubicación. Justo al medio, una marca horizontal de lado a lado subrayada por una línea clarita, derechita, también casi de lado a lado, una greca secular, de pinceladas con aplomo imperativo y certero, gran acierto. Sobre ella, un horizonte feraz producto de los generosos limos que trae el Nilo de las montañas lluviosas del África Central en la que brotan árboles frondosos y al parece hasta pirámides, gracias al pródigo cauce que nos envían los dadivosos dioses. Por debajo, el vasto desierto, de unos cálidos electrizantes, la mancha naranjosa sobre la rubia arena, muy bien empalmada al borderrío y trazando al menos dos siluetas que dibuja el capricho del agua que va dejando correr libremente el pintor, señalando la huella del término de sucesivos desparramos de las inundaciones que ocurren año a año (bien detenido el pincel a tiempo), Un primer plano de incendiaria llamarada, delirante, muy adelantado, propiciando así una profundidad acorde a tan macro-geografía, adornado a último momento con unas matas rudimentarias rasguñadas por encima con rasposos trazos que aunque no tienen réplica en el cuadro, su concurrencia es necesaria para definir la escala de este primer plano encendido, tal vez sean esas mechas tiradas a la rastra por un pincel escuálido, tieso y medio desplumado untado en los restos de sangre que quedaron en la cicatriz de la oreja cercenada del pintor, insigne pintor oriundo de los Países Bajos y arraigado en el mediodía francés al que este cuadro debe alguna gratitud y reconocimiento

Albilila
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Hermoso título el inventado, tal vez una grácil danzarina del vientre o una sirena melancólica renegando de su escamoso caudal. No sé si la foto distorsiona en algo el color, ese morado de stencil, de tampón, de ciertos calcos dactilográficos de antaño, de primitivos mimeógrafos, que le quitan frescor y dulzura a las frágiles florecillas de la pradera, un ramillete de campo, presidido por la reina flor que nos mira de frente, escoltada por un par de princesas casaderas que aguaitan desde atrás, luciendo las mismas virginales organzas de su majestad y el medallón de oro al medio-medio, envidia de las cortesanas blancuchas del ramillete, deleite de los esbeltos pajes portando amarilos estandartes, (olvidado el orgullo humilde de la plebe que quedó en el prado sin recibir el honor de ser seleccionada en sacrificio para la liturgia real), y una mancha central de fibrosas y aterciopeladas negruras imperiales que une triunfante a las cortes al superponer a los monótonos liláceos unos verdes fibrosos, incidiosos,  generando los brillos de la obsidiana. de la feroz pantera, de cuervos y tordos relucientes, de escarabajos estíticos, avispas viudas y tornasolados ciervos volantes,. En lo pictórico, ese ramillete es uno de los dos cuadros, que se bien encaja en fusiones periféricas con el otro cuadro, el del fondo-piso y del frasco-frasco que se extiende de paspartú a paspartú, con un fino colorido. aguas mil, un quiebre entre fondo y piso que apenas se vislumbra en una pincelada ácida, réplica de las espigas amarillas de por allá arriba, y ese frasco tan frasco y su fiel reflejo, de vidrio-vidrio, limpio (al menos por fuera), conservero veraz (sin tapa, para meter los tallos de las flores, que de los lilas se enverdecen al mojarse, ese frasco cuya transparencia nos hace imaginar la calidez del color (y hasta oler y saborear sus efluvios) de las oblongas papayas apelmazadas sumidas en dulzones jarabes depositarios de los resecos valles nortinos, que alguna vez contuvo antes de reciclar hacia la silvestre flora su función original.

Comento Cuadros del 24 de Agosto 2021
Solitario
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Se le saca partido al grano algodonoso del papel, Cuadro voluntarioso, el árbol es el único protagónico, el emperador del cuadro, cuanto a su alrededor se extienda, ante su pie se extienda, se adaptará a su capricho, se subordinará a cualquier destello que no sirva para ensalzar la figura noble del pulento. Un arbolillo arrasado, endeble, que asoma cabeza con digna reverencia y orgullosa dulzura de las calamidades que hubieron de arrasarlo, incendios que ennegrecen suelos y pedruzcos, ventiscas blancas de nieves y granizos, plagas de voraces langostas implacables, avalanchas cruzadas, huellas de metálicas tropas silenciosas y  desvencijadas caravanas invasoras, lluvias secas de humos urticantes, quemantes cenizas calcinadas, el héroe surge de las tierras apelmazadas, resecas tierras guarida de termitas incesantes, zumbantes bandadas de estíticos murciélagos transparentes que derraman sus heces destellantes y sus ventosidades apestosas, enjutos mastines cancerberos que cada vez que pasan se pichan en el sufrido tronco, así el emperador resurge una y otra vez, renueva su leñoso follaje de espinas grises y de hojas que nacen secas y desaparecen al instante, un emperador que, endeble pero roble, se ancla con mágica certeza en un suelo de piedra verde. Dastaco  la leñosa, rústica pincelada de los troncos. la trama de grises que fijan contrapunto con los troncos, una floración de barbas canas, de legañas, de telarañas envolventes, de semillas fétidas y resecas incapaces de germinar, unos suelos que confunden su ondular, de verdes. azules, blancos y algunos matices carboníferos entre los blancos de nieve sucia o tal vez de calcáreas tierras no metálicas que en lo pictórico se enlazan con el árbol acusando al emperador de su origen mineral, esa blonda cerril que marca un horizonte de ingrávidas montañas, se interrumpen tras el follaje del árbol en una atractiva y bien lograda omisión que en una primera mirada pasa piola y al llegar a la derecha presenta un montículo aguachento de fino pincel, en una chispa de liviandad y alegría, que es opacada en contundencia por ese cielo estéril, en buena parte responsable de la devastadora atmósfera imperante. Cuadro con alma, grande alma, sufriente y resignada, pincel austero y fuerte carácter expresivo.

Café de grano
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¿De grano o de caca de ratón? (en Bali, Indonesia, se encuentran unos carnívoros arborícolas que suelen tragarse granos de café que no son capaces de digerir, los que son recolectados y supuestamente "asepsiados" tras haber completado el tránsito digestivo, constituyendo una "delikatesen" local).  Al cuadro le sobra lo que vendrían a ser los granos, es un elemento intruso en el cuadro, la antítesis de lo pudiera haber sido adecuado. No da la escala, a su lado pudiera parecer un vaso de café de medio litro, una caña de cervecería, o un vasito de mesón de suburbio para servir un guallollo (voz venezolana para definir un cafecito en la barra, simploncito). Claro, si las unidades de grano hubieran sido como papas (cangallas de búfalo), el vaso se habría visto chico como para un ristreto, El color del grano, pobre, amortiguado, opaco,(hasta parece foto en blanco y negro metida a la fuerza en un cuadro multicolor), sin luz alguna que destaque el rico volumen de un conjunto granoso, y sobre todo el no haber aprovechado el vínculo virtuoso al relacionar el colorido del grano con el colorido del líquido, en su transparencia tras el vidrio o en su rica espumosidad en la superficie abierta, para dos elementos que entrelazados, (no uno a cada lado del cuadro  y bien separaditos manteniendo distancia social para evitar contagio). Lo que le produce a uno impaciencia (entre fastidio y risa) es el haber desperdiciado una buena idea para un cuadro, un tema de por sí de gran potencial pictórico y disfrute de una gama de colores y texturas muy propios de la acuarela. En fin, el frasco (notoriamente orejón, lo que no es crítica), la sobria expresión del líquido buscando realismo y bien aprovechando la magia sugerente del café y sus aromas, un certero arrastre vertical de un pincel secón en el café tras el vidrio, vidrio que en cambio muestra un vaso tal vez demasiado perfecto en su geometría industrial, sin que contribuya mucho a dar alguna escala entre tacita y jarro shopero, y con el semi clandestino recurso de dibujar encima con untos bastardos, cosa que en un buen cuadro sería bastante perdonable. El fondo, bien, gama de colores manejada con atino, inclusión de dos rectángulos temblorosos, uno vertical junto al borde derecho y otro en la esquina derecha abajo, aportan una marca de modernidad y soltura. Podría generar un muy buen nuevo cuadro con estas ideas, pero por el momento, harto malón con el favor de Dios y el perdón del diablo.

Comento Cuadros del 31 de Agosto 2021
(pendiente los anteriores, me apresuro a comentar estos por si no paso agosto, aunque soy inmortal de por vida)
Macetero nuevo
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Demasiado nuevo el macetero, desentona por nuevo. ¿de plumavit, o de greda pintada? No es que tenga prejuicio contra los maceteros flaite, pero el blanco, único en el cuadro, no pertenece al cuadro, si pretende fundirse con el fondo para no competir con las flores, está lejos de lograrlo. Si fuera transparente sería materia de fácil despacho, pero siendo opaco (cosa que se impuso el pintor) se debe extremar la expresión en busca de una textura, un colorido, una pincelada  que, manteniéndolo opaco, lo meta al cuadro. Allá el pintor como lo haga. En todo caso no estoy sugiriendo transformarlo en un tarro de vidrio, sería una fácil y bastarda solución. Salvo esto, el cuadro es de una austera armonía, unas hojas explícitas anclándose con sentido realista al macetero mediante una sombra asertiva, sobre estas hojitas una mazamorra verde oscura que sostiene y arma al conjunto floral, conjunto que maneja muy bien la masa total como un todo pero con la demarcación de cada flor, circunstancia que ayudan a definir la flor satélite de arriba, rebelde (el tallo desafíante), y la flor satélite de abajo, sumisa (se achaparra y el rojo se amorata de vergüenza)  ante el imperio de la patota que se apiña en un afán gregario, desplegando un colorido lleno de gráciles matices de gran riqueza dentro de un patrón homogéneo, manejado con un trabajoso pincel, que con poco contraste de luz, logra una volumetría de excelencia.. El fondo, adecuado al cuadro (el que no se armoniza es el color del tarro, no es culpa del fondo). Destaco una sutil línea horizontal a un sólo lado cortando el fondo, confiriéndole cuerpo espacial y suficiente asentamiento al vilipendiado tarro de tan prístina y pobre blancura.

Cumbres gélidas
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¿Mar o montaña? Colorido eclesiástico, como en tránsito al cielo, hábitos de monjita novata, sotanas desteñidas de cura tirillento y desastrado, o tal vez la tela satinada de una sotana elegante (con forro interior como si fuera traje mundano de casimir forrado en seda), Cuadro que degrada los grises metálicos de un cielo brumoso y tranquilo con tintes violáceos que más entristecen que alegran, hasta unas barreras abruptas de blanco nival (o de espumas a medio congelar si es que no es un cerro sino la mar), marcando un ritmo direccional con pinceladas terrosas dando realidad al manto de blanco puro de sospechosa alquimia, más abajo una marca de color y textura extraña, viciosamente atractiva y de muy rica expresión, mezcla de violetas, tostados y hasta sanguinolentos matices, épicos adalides de guerra en un cuadro de paces arrastradas que se van consolidando en el bajo cuadro en esos grises liláceos y anémicos que terminan acentuando la marca agobiante de ir descendiendo de izquierda a derecha que da amplia garantía al observador de un pesimismo estructural irremontable, las diagonales descendientes sin asomo de rebeldías en contrario lapidan el débil efecto animoso que pudieran aportar las picachudas pinceladas de ese blanco sin mácula (o con clandestina mácula subrepticia) en el medio cuadro. Cuadro de penitencia, que entristece con resignación, en un logrado ejercicio en que la insuficiente gordura del papel contribuye a que ese cielo aporte cierta gracia por un tenue descolgar vertical siguiendo los pliegues, que felizmente justificaron y premiaron la avaricia del pintor. 

Paisaje Rural
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Se me hace que he visto este cuadro anteriormente. Abigarrada paleta de mil matices, sin exabruptos pero con toques de sólido aplomo, sin escabullir confrontaciones arriesgadas, todo con un manejo espacial del paisaje que convence, casi sin depender de la luz para su logro, luz más bien ambigua que, al no ser funcional a la conformación de los espacios, exige al pintor definirlos prácticamente con puros recursos morfológicos. Ese blanco lácteo del cielo (lácteo descremado) que se encaja como un ventisquero ingrávido sobre el cuadro, adornado por una nube caprichosa más de hollín que de carboncillo, una galactea puntillosa que no ensucia el firmamento, aportan una magia que pasa piola, que enfría un cuadro de naturaleza cálida y perfil bucólico, confiriéndole un hálito de cosa plana, de una arpillera multicolor, de un mosaico decorativo. Un primer plano de mieses horizontales de audaz colorido dominante. apaciguado por toques más tostados, por un blanquillo réplica del cielo y de los techos,  y una ronda de enanitos que protegen las casitas del cuento. Casitas que marcan la civilización con su geometría de líneas y planos perfectamente rectos, escoltadas por un despliegue arbóreo que se solaza en colores, en formas, en texturas en un conjunto admirable, multicolor, con gran manejo de oscuros y dorados, un simbólico arbolillo desprovisto de hojas se inclina integrando franjas disímiles desde el tronco hasta el último gancho, atrás un cerro sombrío. con algo de morado y del polvillo carbonoso de la nube. De las casitas, una sóla y bastante chicona las preside, concebida con cuatro pincelazos de color certero, las otras, tal vez el water y el gallinero, y más allá tras las matas algo entre micro y carpa, todo este conjunto unido por la geometría horixzontal y cruda de los techos blancos, unos nubosos claros a la izquierda quitan peso convenientemente al cerro de fondo. Cuadro de virtuosa y enciclopédica paleta sin blanduras ni rigideces

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